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* * * Llegó el día de la boda. Magnates, caballeros, príncipes, damas de calidad, obispos, clérigos y to– da flor y nata del reino acudieron a la solemne ce– remonia. Algunos enemigos irreconciliables del rey creyeron encontrar en la piedad de Radegunda un motivo para deshacer todos los preparativos de la boda. - El rey - la dijeron - no os hará feliz. Son demasiado grandes sus defectos para que se amol– de a la vida conyugal. Si queréis, esta misma noche podréis huir facilmente a vuestra amada tierra de Turingia. Todo esta preparado para la huida. ¿ Qué os parece? Radegunda creyó ver en esto un aviso del cielo. - Ya que el Señor - les dijo - pone en mis manos esta oportunidad de volver a mi amada tie– rra, gozosa acepto vuestra proposición. Llegada la noche se vistió con los vestidos más sencillos que encontró y esperó impaciente el mo– mento deseado. Pasaron las primeras horas de la noche, y viendo que los palaciegos no llegaban, pen– só en una traición. De pronto oyó que alguien se acercaba. - Ellos son - se dijo -, pero al abrir la puer– ta, se encontró con el rostro irritado de Clotario. Radegunda cayó al suelo desmayada. Cuando vol– vió en sí no pudo menos de confesar su debilidad y la traición de que había sido víctima. - Perdonad, señor - dijo al rey-, que atraída 46
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