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nanos nuestras deudas así como nosotros perdona– mos a nuestros deudores ... » Radegunda recordó los atropellos de aquel que la pedía para esposa, los crímenes cometidos por sus soldados, los destrozos hechos por culpa suya en su tierra, la bella Turingia, y estuvo a punto de decir a los enviados del rey que jamás consentiría ser la esposa del opresor de su pueblo. Pero la ora– ción de los pobres la conmovió y resonaron como nunca en su corazón las palabras del Maestro : «per– dónanos nuestras deudas así como nosotros per– donamos a nuestros deudores». Radegunda bajó lo_s ojos, se recogió unos instantes en su interior, y, enrollando suavemente el pergamino, dijo a los emi– sarios del rey : - Id a vuestro señor y decidle que estoy con– forme con lo que él quiera de mí. No hubo más palabras. Radegunda siguió aten– diendo a sus pobres y los enviados se volvieron a Soison, contentos del éxito de su embajada. A los pocos días el mismo Clotario en persona se fue en busca de su futura esposa. Cubierto de oro y de seda se acercó a Radegunda y le besó la mano ceremoniosamente. Radegunda rompió a llorar. - Señora - dijo entonces el rey, tratando de consolarla -, sabed que muchas jóvenes de mi rei– no os envidian en este momento. - Lo comprendo, señor, pero me gustaría más seguir viviendo entre mis pobres que entre el lujo de la corte. 44

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