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da. Para acallar tan violenta pasión vivía disoluta– mente, creyendo de este modo ahogar el remordi– miento de la conciencia que le echaba en cara su vergonzosa pasión. * * * Mientras el rey se divertía, Radegunda, encerra– da en su castillo, se ejercitaba· en obras de piedad y de misericordia. La lectura de los Libros Santos, la enseñanza de la doctrina cristiana a los niños y el dar limosna a los necesitados, eran sus mejo– res entretenimientos. Nó tardó en correr por todos los alrededores la fama de caridad de la joven princesa por lo que to– dos los días acudían a las puertas del castillo inter– minables caravanas de menesterosos en demanda de limosna. Conocía Clotario esta virtud de Rade– gunda y le enviaba con frecuencia grandes cantida– des de dinero y de alimentos para que la caritativa princesa los repartiese entre los necesitados. - Un Padrenuestro por la salud del rey - de– cía Radegunda antes de comenzar el diario reparto. Y de los labios de la inmensa muchedumbre bro– taba, como una cascada, la piadosa oración. - Y perdónanos nuestras deudas, así como nos– otros perdonamos a nuestros deudores - prose– guía diciendo Radegunda - y al pronunciar estas palabras quedaba como absorta repitiéndolas una y otra vez. Sí, Señor ,- proseguía -, perdónanos a to- 42

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