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- Si mis nietos no han de reinar, prefiero ver– los muertos antes que rasurados. Clotilde vio lle~1a de terror, cómo la arrebata– ban los dos nietos de las manos. Transida de dolor se fue a postrar a los pies de su santa predilecta, Santa Genoveva. Cuando llegó al altar cayó exánime. Mientras moría Clotilde en el lugar santo, su hijo Clotario cogió al mayor de los hijos de su her– mano difunto y le atravesó con la espada de parte a parte. El más pequeño, al oir los gritos de su hermano, se abrazó a las rodillas de su tío Childe– berto, gritando: - Oh, padre mío, no permitas que hagan con– migo lo que acaban de hacer con mi hermano. Childeberto se conmovió y pidió a Clotario per– donase la vida a aquel inocente. Pero Clotario no entendía los gritos de la inocencia. - Suéltale, o te mato a ti en su lugar. ¿Has sido el instigador de este crimen y ahora quieres que yo falte a mi palabra? Clotario, ciego de ira, desenvainó la espada y la hundió en el cuerpo de su indefenso sobrino. Este fue el trágico desenlace de la vida de Clo– tilde, la reina suave y dulce que vio deshonrado su reinado por la espada criminal de sus propios hijos. 38
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