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de la nobleza de su vida. No parecía una reina, sino una monja». * * * Junto al sepulcro de su santa predilecta Santa Genoveva, Clotilde pasó los últimos años de su vida, bien ajena por cierto, a los sufrimientos que el Señor le tenía preparados. Un día llegaron a París sus dos hijos Childeberto y Clotario. Traían una misión terrible. - Enviadnos a los hijos de nuestro hermano muerto para levantarlos sobre el pavés. La anciana reina creyó en la rectitud de aque– llas palabras y se dispuso a proporcionar a sus nietos aquella gloria. Dio de comer a los niños, los vistió con sus mejores vestidos, y los acompañó al templo de Santa Genoveva, donde había de ·tener Jugar la solemne ceremonia. En el camino se en– contró con un enviado de los traidores que la mos– tró unas tijeras y una espada. - ¿ Qué significa eso? - preguntó la anciana reina horrorizada. - Señora - contestó el traidor -, tus hijos desean conocer lo que piensas hacer de estos pe– queños. ¿ Qué es· lo que preferís? ¿Que les corten los cabellos o que sean degollados? Clotilde palideció. Le pedían para aquellos ni– ños inocentes la muerte o la deshonra. Ciega de ira, sin detenerse a medir la trascendencia de sus palabras, exclamó: 37

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