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noticia. El general de los alemanes acababa de caer mortalmente herido y sus soldados huían des– ordenadamente. Clodoveo había ganado la batalla. * * * En la Nochebuena del año siguiente, tuvo lugar el gran acontecimiento religioso. En la catedral de Reims, Clodoveo con más de tres mil nobles y un número incontable de soldados, fue bautizado so– lemnemente. Fue el principio de una nueva era pa– ra la Iglesia Católica en el reino de los francos. Clotilde, con los ojos llenos de lágrimas, siguió la emocionante ceremonia. Antes de derramar las aguas regeneradoras so– bre la cabeza de Clodoveo, el obispo Remigio pro– nunció aquella frase que la historia ha conservado por valiente y profunda: - «Humilla la cerviz, bárbaro sicambro - le dijo -, quema lo que adoraste y adora lo que que– maste». El rey siguió gobernando y la reina ejercitán– dose en sus obras de caridad. El año 509 Clodoveo murió siendo llorado por todo el pueblo que perdió en él un gran guerrero y un gran gobernante. En cuanto a Clotilde, Grega– rio de Tours la describe de esta manera: «Asidua en las limosnas, infatigable en las vigilias, perfec– ta en la castidad, fue honrada por todos a causa 36
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