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sinuó tímidamente Clotilde -, ¡ quién sabe si El te dará la victoria ! - Tu Dios, por muy poderoso que sea, no tiene poder para cambiar el rumbo de las batallas. ~ No hables así, esposo mío. El Dios que yo adoro es infinitamente poderoso, y puede dar la derrota y la victoria a quien quiera. - Si es tan poderoso, como tú dices, ¿por qué dejó morir a nuestro hijo? Así terminó la conversación. En el campo de Tolbiac se encontraron los dos ejércitos. La lucha fue sangrienta. La batalla se prolongó durante varios días. De un lado y de otro los heridos y los muertos fueron muchos. Los sol– dados del rey de los francos luchaban valerosamen– te, pero los alemanes eran más en número y no menos aguerridos. Hubo un momento en que la victoria se inclinó manifiestamente del lado de los alemanes. Clodoveo se acordó entonces de la con– versación sostenida hacía unos días, con su esposa y, cayendo de rodillas, levantó los brazos al cielo exclamando: - Dios de Clotilde, si es verdad que proteges a los que te invocan, óyeme. La batalla se recrudeció violentamente. Clodo– veo la creyó perdida. Pero su oración había sido escuéhada en atención a su santa esposa. Un sol– dado llegó al puesto de mando con la esperada 35

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