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El santo obispo sonrió dulcen1ente. - ¿No creéis, Padre mío, que mi esposo se hará cristiano? - No lo sé, hija mía. La secta de los arrianos,. a la que pertenece, se opondrá fuertemente a ello. - Mi esposo me ama y me ha prometido todo cuanto le pida... - Entonces - dijo Remigio - aprovechad es– ta coyuntura. Cambiad el corazón del rey de los fra'ncos y Dios os lo premiará. En uno de los salones de palacio está el rey Clodoveo sentado y pensativo. Hace días que no quiere hablar con nadie. •Clotilde lo ve y sufre en silencio. Pero aquella angustia no puede soportarla más tiempo. Se acerca tímidamente a su esposo y le pregunta: .'- ¿Qué es lo que te sucede, esposo mío? - ¿Eres tú la única en palacio que lo ignora? - ¿Qué puedo yo saber, pobre mujer, de los asuntos del rey mi señor? - Los alemanes - dijo entonces Clodoveo, sin levantar los ojos del suelo - acaban de declarar– me la guerra. Dentro de breves horas me encontra– ré frente a ellos en el campo de Tolbiac. Pero lo que más me preocupa es que su ejército es mucho más numeroso que el mío. Encomiéndate al Dios que yo adoro -:- in- 34
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