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Pasaron algunos meses. Clotilde sintió en sus entrañas indicios de fecundidad. Con cierto rubor se lo manifestó a su esposo que recibió la ·noticia con la alegría que es de suponer. Fue la ocasión elegida por Clotilde para dar el primer paso en la conversión de su esposo. - Ya sabes - le dijo - que dentro de muy poco seré madre, y quiero que el fruto de mis en– trañas sea bautizado en la religión católica, como lo estoy yo. Y para que mi dicha sea completa, me gustaría también que tú abrazases la religión que yo profeso. Clodoveo bajó los ojos al suelo y calló. Lo que su esposa le pedía era demasiado para su espíritu acostumbrado a la libertad de los campos de bata– lla y a la tradición de sus antepasados. Pero no tuvo valor para decirle que no. Precisamente aquel mismo día Clotilde se en– contró en uno de los corredores del palacio con un anciano de barba blanca y mirar sereno y pro– fundo. Era Remigio, el santo obispo de Reims, al que Clodoveo estimaba y tenía por consejero. Clo– tilde vio en el santo obispo un aliado poderoso pa– ra llevar a cabo su gran proyecto. Después de manifestarle que era cristiana, y exponerle el de– seo que tenía respecto del rey, dijo al santo obispo: - Padre mío, habladme de Dios pues harto oi– go hablar de negocios materiales. 33 3. Sangre azul
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