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llo. Gundebaldo, político astuto, les acogió con toda amabilidad y les introdujo en uno de los más lujo– sos salones. Los emisarios le entregaron las cartas que traían del rey Clovodeo y Gundebaldo, después de leerlas, añadió : ...,.... Nunca creí, señores, que el rey de los francos me haría tan alta distinción eligiendo a mi sobrina para esposa. Estoy seguro que esto es un bien para ella y para mí. Mandó preparar un gran convite y celebraron con el mayor regocijo la elección de la princesa Clotilde para esposa del rey de los francos. - Cuando volváis a vuestra tierra - les dijo Gundebaldo - decid a vuestro rey que ojalá sea tan feliz como yo le deseo. Los festejos duraron algunos días y Gundebal– do se veía libre de aquella criatura que algún día podría ser su mayor enemigo. Clotilde se iba, pero en el corazón del bárbaro quedaba el remordimien– to de los múltiples asesinatos cometidos por el único móvil de la ambición. En una elegante carroza, tirada por dos bueyes negros, regalo de su tío, salió la princesa de los borgoñones camino de su nuevo reino. Los sueños dorados de su infancia iban a tener realización, De– seosa de llegar cuanto antes al lado de su esposo, mandó, que en vez de carroza de bueyes, se pusiese 31

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