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- Mi señor - contestó el mendigo - se llama Clodoveo. Sabe en qué circunstancias os encontráis y quiere sacaros de este infierno en que vivís. Vues– tro tío Gundebaldo ha derramado la sangre de to– da vuestra familia y es tal su ambición que la vues– tra está también en peligro. Mi señor quiere hace– ros su esposa y aquí tenéis el anillo de oro que por mi medio os envía. Clotilde quedó como anonada con las palabras del mendigo, y a su mente acudió la escena terrible en que ella horrorizada cayó al suelo después de oir la conversación tenida entre su tío y el traidor Aredio. Se recogió unos momentos para pensar mejor su respuesta y después dijo al mendigo: - Id y comunicad a vuestro señor el rey de los francos, que acepto gustosa lo que en su carta me propone. Dadle en prueba de ello este anillo de oro, y aceptad para vos estas cien monedas de plata. El mendigo inclinó la cabeza y se despidió. *** Como en los cuentos de hadas, Clotilde pasaba los días mirando desde las aimenas del castillo por ver si descubría la llegada del rey de los francDs. Un día divisó a lo lejos, envueltos en nubes de pol– vo, unos jinetes que se acercaban a galope. El co– razón le dio un vuelco. ¿Vendría allí el rey de los francos? Los caballeros llegaron a las puertas del casti- 30
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