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Pasaron algunos meses. El episodio del mareo se llegó a olvidar. Clotilde era una jovencita de diez y seis abriles, hermosa, ingenua y llena de viveza. Pero, sobre todos los entretenimientos, el que más feliz la hacía era el dar limosnas a los pobres. No pasó inadvertida esta inclinación de la joven a su tío y se esforzó en darle todas las facilidades. Creía poder hacerle olvidar con ello los sueños de ver otras tierras y, sobre todo, la conversación sos– tenida con Aredio, si era cierto que la había podido escuchar. Clotilde era cristiana y su tío pagano, pe– ro respetaba de buen grado la religión de su sobri– na a cambio de verla feliz en su compañía. Ante las puertas del palacio estaba una multitud ingente de necesitados. Clotilde salió como otros días y comenzó a repartir comida, vestidos y dinero. - A mí, señora - suplicaba un anciano al que faltaba la mano derecha. - Señora, un vestido por amor de Dios - gri– tó una mujer, que sostenía a un niño en los brazos. en los brazos. - Señora, a mí. .. - Y a mí, y a mí... Los gritos eran ensordecedores. Mientras la joven princesa repartía la caridad en– tre sus pobres, se acercó uno de aspecto distingui– do, vestido pobremente y con una alforja al hom- 28
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