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en silencio y alguien podría oir lo que estamos ha– blando. Mientras tanto Clotilde, al otro lado de las cortinas, se sintió morir. Su curiosidad infantil la había descubierto uno de los secretos más inexpli– cables de su vida. Un escalofrío de muerte corrió por todo su cuerpo, los ojos se le nublaron y cayó en el suelo sin sentido. Gundebaldo y Aredio, al oir el golpe, salieron rá– pidamente y su sorpresa fue indecible cuando vie– ron a Clotilde pálida y respirando fatigosamente. La levantaron del suelo y la llevaron a una de las alcobas. - Sin duda se ha mareado al oir nuestra con– versación - comentó Gundebaldo aterrorizado. - Ya os Jn dije, majestad, que esta niña llega– ría a ser vuestro mayor verdugo. Cuando Clotilde volvió en sí, su tío la preguntó con mal disimulada ansiedad : - ¿Qué te ha pasado, hija mía? - Nada de importancia ~ contestó ella -. Un pequeño mareo. - Sí, un pequeño mareo - repitió Gundebal– do, tratando de quitar importancia al hecho -. Pero, ya se pasó, ¿no es así? La niña contestó afirmativamente con un movi– miento de cabeza. Gundebaldo trató de tranquilizarse, pero los ojos de su sobrina, que le miraban fijamente, le de– cían bien a las claras que la gran tragedia había co– menzado. 27

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