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Pulqueria entró en Constantinopla montada en , una mula torda, ricamente enjaezada, en medio de las aclamaciones de una multitud entusiasta. Su primer acto de gobierno fue dar libertad a algunos de los prisioneros políticos más destacados.. Esta muestra de caridad llamó poderosamente la aten– ción. Pero el peligro para Pulqueria no estaba ni en las cárceles, ni en el pueblo, estaba en su mismo pa– lacio. Su hermano había confiado los puestos más importantes en manos de herejes ambiciosos, entre los que sobresalían, por su malicia, Crisafio y Euti– ques. Con una prudencia y suavidad admirables la emperatriz logró deshacerse de ellos, expulsándoles fuera de la Capital. Lo mismo hizo con otros no tan conocidos, pero no menos perjudiciales para Ia se– guridad y paz del imperio. Al poco tiempo Pulque~ ria había renovado la corte. Libre de sus enemigos, pensó en dar estabilidad al imperio uniendo a su enérgica voluntad, la de un hombre que sobresaliese por su prudencia y por su conocimiento en asuntos de gobierno. Envejeci– da prematuramente pensó dejar el gobierno del im– perio en manos más fuertes que las suyas, para de esta manera poderse entregar más de lleno a las obras de caridad. El hombre que eligió para tan san– to empeño fue Marciano, con el cual contrajo ma– trimonio bajo esta condición: Que· siempre respeta– ría el voto de virginidad que tenía hecho al Señor desde su juventud. Marciano así lo prometió. Dios 23

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