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sonaron en el silencio del bosque, señal convenida para avisar que la pieza estaba a la vista. El empe– rador picó espuelas y el caballo se encabritó y dio con el joven emperador en el suelo. A los gritos de auxilio, acudieron algunos criados. El emperador se quejaba horriblemente. Se le subió a la grupa de uno de los caballos más nobles y se le condujo inmediatamente a palacio. Los médicos diagnosti– caron rotura de la columna vertebral. Al día si– guiente, que fue el 29 de julio del año 450, Teodo– sio II, dejó de existir. Los muros del solitario monasterio de Hebdón, se conmovieron en sus cimientos. Pulqueria era la más indicada para volver a empuñar el cetro im– perial. En un principio rehusó la demanda, pero pron– to se convenció de que Dios la quería de nuevo em– peratriz para bien de la religión y de la patria. Los años habían puesto nieve en su cabeza y la prudencia necesaria para salir adelante con tan m.agna empresa. Sabía que la esperaban grandes dificultades, pero no se asustó ante ellas. El día que se supo la noticia de que Pulqueria volvía a empuñar las riendas del gobierno, hubo grandes fiestas y, los que más se alegraron, fueron los inumerables necesitados que esperaban volver a recibir la ayuda necesaria de su gran bienhechora. 22
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