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eran firmados por los dos y hasta mandó acuñar una moneda con las imágenes de su hermana y suya. Pulqueria procuró con delicadeza y pn1den– cia ir inculcando al joven emperador las virtudes principales del gobernante; pero Teodosio, joven aún, no tardó en llegar a ser víctima de las intri– gas cortesanas de los nobles. Un día, estando reunido con algunos de sus consejeros, escuchó esta terrible pregunta: - ¿Por qué razón nuestro señor el emperador ha de seguir dependiendo de su hermana en los asuntos de estado? ¿No sería mejor seguir el con– sejo de hombres sensatos, que no faltan, y prescin– dir para siempre de los de una mujer, aunque ésta sea su hermana? El joven escuchó aquellos cantos de sirena y Pulqueria desde entonces se vio poco a poco rele– gada a segundo término en la resolución de los asuntos del imperio, quedando el joven a merced de cortesanos y aduladores. Cierto día Pulquería se atrevió a decírselo a su hermano. - Veo que has prescindido casi por completo de mí, hermano mío, y temo que seas víctima de tus malos consejeros. Teodosio quedó pensativo, pues amaba y esti– maba mucho a su hermana, pero queriendo desha– cerse cuanto antes de ella, le contestó: No te extrañe, hermana mía, mi detennina- 20
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