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pentimiento. Echaos en los brazos de Dios y no te– máis. El enfermo al oir estas dulces palabras, abrió los ojos, los clavó suplicantes en los de su hija, y hasta intentó decir algo que sus labios moribundos no acertaron a expresar. - Recordad, padre mío - volvió a decir Pul– quería -, la multitud de ídolos que habéis derriba– do, los templos cristianos que habéis erigido, el apoyo que habéis prestado a la religión de Cristo ... El emperador lanzó un suspiro y cerró para siempre los ojos. Las campanas de la ciudad sonaron lúgubre– mente anunciando la muerte del emperador y a los pocos días fueron proclamados como sucesores sus dos hijos, Pulquería y Teodosio. * * * En uno de los más suntuosos ,salones del palacio imperial platican animosamente Pulqueria y su her– mano. Sobre un sencillo trípode, forrado de tercio– pelo, se sienta Pulquería; en otro más bajo, el joven emperador. Pulqueria tiene apenas diez y seis años y lleva las riendas del imperio con prudencia y sere– nidad. Pero lo que más la preocupa es la formación del carácter en el inquieto muchacho que, no tar– dando mucho, ha de ser proclamado emperador. Mientras pone en las manos infantiles de Teodosio un trozo de pergamino le dice con dulzura y ener– gía: 17 2, Sangre azill
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