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Durante algunos días continuaron los trabajos en el monte Calvario sin que la Emperatriz abando– nase el lugar sagrado en espera del encuentro de la santa Reliquia. Por fin una mañana aparecieron en una misma fosa tres cruces, una sobre otra. Lá– grimas de alegría brotaron de los ojos de todos. No había duda. Una de aquellas cruces era la del Redentor, las otras dos de los ladrones. ¿Pero có– mo distinguirlas sin un milagro? El milagro no se hizo esperar. San Macado man– dó aplicar las tres cruces sucesivamente al cuerpo de una mujer paralítica desde hacía muchos años. Al tocar la Cruz del Salvador el cuerpo de la enfer– ma, ésta recuperó instantaneamente la salud. La palabra «milagro» brotó de los labios de todos los circunstantes. La Emperatriz, feliz por tan pia– doso hallazgo, se postró de rodillas ante el Sagrado Leño y besándole una y otra vez dio riendas suel– ta a su piedad. La noticia del feliz hallazgo se difundió por to– da la Cristiandad. El santo Madero, donde el Sal– vador había redimido al mundo; estaba en pose– sión de los cristianos. La Santa Emperatriz se que– dó con un trozo muy importante del Sagrado Leño. En la Ciudad Eterna mandó levantar una gran ba– sílica dedicada a la Santa Cruz y consiguió que su hijo el Emperador promulgase una ley prohibiendo que el suplicio de la cruz no se volviese a usar más. De esta manera lo que hasta entonces había sido signo de ignominia, pasó a ser señal de salvación. 15
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