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cate de la Santa Cruz donde había muerto el Sal– vador. Expuso a su hijo el deseo de trasladarse ella misma a Jerusalén y pronto tuvo a su disposición todo lo necesario para llevar a cabo tan santa em– presa. Del puerto de Ostia salió una pequeña flota en dirección a Tierra Santa. En una de las embarca– ciones iba la Emperatriz Elena con el alma llena de santos deseos de encontrar la Cruz en la que había muerto el Redentor. Al llegar a Jerusalén fue reci– bido el real cortejo por el obispo de la Ciudad San Macario. Se organizó una procesión al frente de la cual iban el Obispo y la Emperatriz. Al llegar al mon– te Calvario los ojos de todos se llenaron de lágri– mas; sobre el lugar donde el Redentor había derra– mado la última gota de su sangre, se levantaba un templo a la impúdica Venus. Irritada santamente la piadosa Emperatriz mandó que fuese demolido di– cho templo y en su lugar se levantase otro dedicado al verdadero Dios. Pero las ansias de la santa Emperatriz no se cal, maron con eso, su deseo de encontrar la Cruz del Salvador era tan grande que haciéndose acompañar por el piadoso Obispo y por una ingente muche– dumbre, se acercó al lugar donde había sido clava– da la Santa Cruz y sin poder contener las lágrimas, exclamó de esta manera : - «¡ He aquí el lugar del combate!, ¿pero dónde está el signo de la victoria? ¡ Busco el estandarte de mi salvación y no le encuentro ! » 14
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