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los primeros años de fervor terminaría por volver– se a las comodidades de la corte. Pasaron los años. La princesa iba consumiéndo– se rápidamente a causa de sus grandes penitencias. En el convento y fuera de él se hablaba de ella, como de una santa. En la primavera del año 1490, enfennó de gravedad. Fue el aviso del cielo de que con el nuevo brotar de las flores ella también na– cería para una vida mejor. Se avisó a la corte y se presentaron los mejores médicos enviados por el rey. Pero aquella enfermedad no tenía remedio. La princesa iba a dejar definitivamente el mundo para irse al cielo. En el momento de la muerte es– tuvieron presentes tres obispos que quedaron ad– mirados de la rara virtud de aquella humilde reli– giosa hija del rey de Portugal. Era el día 12 de mayo de 1490. Tendida sobre el duro suelo, cubierta de ceniza, esperó la llegada del Divino Esposo. El Superior de los Dominicos entonó emocionado las letanías de los Santos y al llegar a las palabras Omnes sancti innocentes, ora– te pro ea, todos los santos inocentes, rogad por ella, expiró dulcemente. 157

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