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Si. las razones y las lágrimas de su hermano no fueron capaces de conmover el corazón de la joven princesa, menos lo fueron las del obispo. Juana permaneció firme en su determinación y la comi– tiva real abandonó el convento pesarosa de no ha– ber podido conseguir su intento. *** Mientras tanto en el convento de Jesús de Avei– ro la hija del rey de Portugal se postraba ante una imagen de Cristo crucificado y con lágrimas y sus– piros daba gracias a Dios que la había dado tanta fortaleza en momentos tan decisivos. Diez y ocho años vivió en aquel retiro de Aveiro, y durante todo este tiempo fue modelo de todas las virtudes. Caritativa en extremo, sobre todo con las enfermas, humilde hasta el heroísmo, trabaja– dora sin cansancio, y dicen las crónicas que más de una vez se la vio acarrear tierra y piedras para hacer unas obras en el monasterio, sin que fuese obstáculo ni la nobleza de su sangre, ni la delica– deza de su cuerpo. En todo el reino de Portugal corrió la fama de santidad de la hija del rey. Ricos y pobres, pala– ciegos y plebeyos, hablaban con respeto y venera– ción de la joven princesa que había renunciado a un reino para encerrarse en un convento. Sólo en el palacio real se seguía comentado la absurda deter– minación de Juana y hasta se creía que pasados 156
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