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yendo que su autoridad sería capaz de conseguir lQ que no había hecho el príncipe ni con sus ro.e– gos ni con sus lágrimas, se dirigió a la princesa y b dijo de esta manera: - Señora, todo el mundo sabe que el estado de religión ·es más perfecto que el del matrimonio y que en aquel se puede más fácilmente conseguir el cielo. No sois vos, señora, la primera princesa o reina que ha dejado el mundo para encerrarse en un monasterio, pero habéis de advertir que las · razones que concurren en vos dificilmente podrán encontrarse en otra persona de vuestra calidad y alcurnia. Porque si es verdad que hubo reinas, co– mo nuestra santa Isabel, esposa del rey don Dio– nís, que dejaron el mundo y se retiraron a la so– ledad del monasterio, pero esto lo hicieron porque enviudaron, y muerto su esposo, prefirieron reti– rarse del mundo y de los devaneos de la corte, an– tes que verse expuestas a los mil peligros que sue– le llevar consigo la temprana viudez. Así lo hicie– ron, junto con doña Isabel, doña Teresa y doña Mafalda hijas ambas de don Sancho de Portugal y doña Blanca de Castilla, hija de don Alfonso IV. Pero sabed que estas reinas al fin tenían hermanos que podían hacerse cargo del reino que ellas deja– ban, en cambio vos... El rey vuestro padre y nues– tro señor, ni se ha casado, ni trata de ello; vuestro hermano el príncipe, está muy enfermo, por esto podéis comprender que sois imprescindible a vues– tros súbditos que os quieren y os aprecian. 155

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