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pies y la besó la mano con mucho cariño y respeto. Luego le dijo : - Grande agravio habéis hecho, hermana mía, al rey nuestro padre y a todo el reino de Portugal pues sabéis la falta que tiene de herederos. En vues– tras manos está el consuelo del rey que desde que ha sabido la noticia de vuestra entrada en religión no tiene un día feliz. Vengo a rogaros de parte su– ya y mía y de todo nuestro reino que dejéis esta vida que habéis comenz1::tdo y os volváis de nuevo a la corte. Y sabed que si no queréis hacerlo de buen grado habrá quien os lo haga practicar a la fuerza. - Señor y hermano mío - contestó la prince– sa -. Sé que mi padre tiene medios para sacarme por la fuerza de este sagrado lugar, pero sería una vileza que los emplease con una mujer débil como yo que no tengo más armas que las lágrimas. Mas con ellas y con las oraciones que tengo he– chas y haré siempre al Señor espero que se servirá de conservarme en su santo servicio y en el estado que he elegido, teniendo como tengo por protector a mi padre Santo Domingo, cuyo hábito llevo, y sabed, señor, y hermano mío, que con estas armas podré salir victoriosa de todos los ejércitos de la tierra por grandes y poderosos que parezcan. Quedaron atónitos el príncipe y el obispo oyen– do aquellas palabras de la joven princesa y a pun– to estuvieron de partir a dar cuenta al rey del fra– caso de sus conversaciones, pero el obispo, ere- 154

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