BCCCAP00000000000000000000919

Las conversaciones entre hijo y madre eran ca– da día más íntimas. Más que el gobierno del impe– rio, interesaba a Elena la formación religiosa de su hijo. Le hablaba con frecuencia de la religión cristiana y poco a poco le fue instruyendo en las principales verdades. Un día Elena habló al joven príncipe de las tristes condiciones en que se encon– traban los cristianos respecto a los demás súbditos del imperio. - Mientras la religión de los dioses - le dijo - es respetada por el Estado, la religión del ver- dadero Dios, es perseguida. El culto han de cele– brarlo en la oscuridad de las catacumbas y no pue– den obtener cargos honoríficos o de responsabili– dad. Durante tres siglos han sufrido grandes per– secuciones y la arena del Circo está empapada en sangre de cristianos. Es, pues, necesario dar liber– tad a quienes no sólo son honrados personalmente, sino los mejores defensores del emperador. El ambicioso Magencio declaró la guerra a Cons– tantino. Ambos ejércitos se aprestaron a la lucha. Junto al puente Milvio tuvo lugar la definitiva ba– talla. Los soldados de uno y otro bando lucharon valientemente. Hubo un momento en que Constan– tino creyó perder la batalla. El recuerdo de su ma– dre vino a su mente. Prometió recibir el Bautismo con toda su gente si el Dios al que adoraba su ma– dre le alcanzaba la victoria. Apenas había acabado de hacer Constantino esta promesa, en el aire apa– reció una Cruz resplandeciente y rodeando a la 12

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz