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triz, a la que yo estimo como se merece, creo ya te habrá hablado de que debes pensar en contraer matrimonio. Muchos son los príncipes que aspiran a hacerte su esposa y eso naturalmente debe enor– gullecerte. Otras princesas de tu edad. ya han con– traído matrimonio o están al menos comprometi– das. Ya sabes que los negocios y conveniencias de los Estados exigen a veces la renuncia de aspira– ciones y miras personales que los reyes y príncipes tenemos que sacrificar. El rey calló y esperó la contestación de su hija. Juana bájó los ojos avergonzada y guardó un silen– cio impresionante. - ¿Qué decís?, preguntó el rey que no podía soportar aquel silencio embarazoso. Son muchos los príncipes que os han pedido por esposa y es menester que os decidáis pronto por alguno de ellos. El Duque de Braganza, el infante don Carlos, hijo del rey de Francia, el rey Enrique VII de In- glaterra... , todos esperan ansiosos vuestra contes- tación.. . - Padre mío, dijo entonces Juana con una se– renidad que impresionó vivamente al rey. El asun– to que me acabáis de anunciar no se puede resol– ver en un instante, es demasiado importante para vos y para mí. Dadme, pues, os ruego, tiempo para pensar la respuesta. Padre .e hija se levantaron, y al salir Juana de la sala el rey le dijo con tono acariciador. - Hija mía, esperaré el tiempo que tú quieras 146

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