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triz conocía el corazón de la princesa, pero nunca pudo pensar que sus palabras iban a ir tan lejos. Antes que hablar al rey de semejante determina– ción, optó por conservar en silencio lo que acaba– ba de oir. Siguieron haciendo las dos la vida de piedad de siempre y doña Beatriz esperó que los acontecimientos fuesen aclarando por sí mismo aquel cielo para ella tan lleno de nubes. El rey esperó impaciente las noticias de doña Beatriz. La corte seguía su vida de frivolidad y el rey era su principal animador. Pero si el rey tenía interés en conocer la voluntad de su hija, no lo te– nían menos algunos de los principales señores de la corte. Un día se acercaron al rey y le dijeron: - Majestad creemos que el caso de vuestra hi– ja debe resolverse cuanto antes. Las proposiciones de matrimonio llueven de los principales estados de Europa y es necesario decidirse cuanto antes. Además creemos que la amistad de doña Beatriz con la princesa no puede conducir a nada bueno. No sería difícil que el día menos pensado ambas desapareciesen de palacio y se internasen en un mo– nasterio. No salen de la capilla y la princesa está cada día más ensimismada. Pensad lo que esto su– pondría para vuestro reino. El matrimonio de la princesa puede traernos muchas alianzas podero– sas que de otra manera es casi imposible podamos hacer. El rey escuchó en silencio las razones de los palaciegos y halagado en su vanidad buscó ocasión 144
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