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muy conocida y debéis pensar en dar gusto a vues– tro padre el rey. La princesa, ruborizada, no acertó a decir pala– bra. Rompió a llorar desconsoladamente y cayó en un sillón desmayada. Vuelta en sí la princesa, do– ña Beatriz la habló con toda la ternura de que fue capaz y la dijo: - Perdonad, señora, las palabras que os he di– cho y que han sido causa de vuestra ligera indis– posición. Conozco muy bien las inclinaciones de vuestra alma, pero no he hecho más que obedecer el mandato del rey mi señor, que quiere conocer vuestra voluntad. - ¿ Es cierto que mi padre el rey tiene esos pensamientos sobre mí? - .preguntó la princesa acongojada. - Sí, alteza, y tal vez no pase mucho tiempo sin que os anuncie seriamente su propósito. Juana no pudo disimular un movimiento de con– trariedad. Bajó los ojos al suelo como avergonza– da y luego con una firmeza en la voz impropia de su carácter dulce y sumiso, dijo así a doña Beatriz: - Haced el favor, señora de trasmitir a mi pa– dre los pensamientos que tengo sobre el particular. Decidle que su hija nunca aceptará la mano de nin– gún príncipe de la tierra. Sé que soy la heredera del trono de Portugal, pero estoy resuelta a renun– ciar a él, antes que ser infiel al amor que he prome– tido al Rey de los cielos. Siguió a esto un silencio prolongado. Doña Bea- 1.43

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