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*** Un día callaron las músicas y cesaron los tor– neos. La reina doña Isabel había muerto. El rey guardó luto riguroso y con él toda la corte, pero la que más se impresionó fue la princesa Juana, la cual, junto al féretro de su madre aprendió la pro– funda lección de la vanidad de todas las cosas de este mundo. También los reyes se mueren, pensó, y desde aquel día fue aún más recogida y rezadora. Desaparecida la reina se pensó en buscar una dama principal que hiciese con la princesa las ve– ces de madre. Fue esta doña Beatriz de Meneses, conocida en toda la corte por su talento y bondad. Desde el primer momento las dos mujeres se com– penetraron maravillosamente, y no tardó en correr por palacio la voz de que la princesa Juana y doña Beatriz de Meneses más que señora y doncella pa– recían dos hermanas. El rey se felicitó de su acier– to y hasta intentó servirse de doña Beatriz para orientar a su hija según sus planes diplomáticos. Cierto día doña Beatriz se atrevió a dar a la princesa la temida noticia. - ¿No sabéis, señora, que el rey vuestro padre quiere daros en matrimonio a uno de los príncipes más poderosos de Europa? Vuestra hermosura es 142
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