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na. Todos conocéis su rara hermosura y creo que debemos aprovecharnos de esta oportunidad para engrandecer nuestro reino. Ni que decir tiene que los magnates y palaciegos apoyaron los deseos del rey. Se citaron los nombres de varios. príncipes y quedó la elección definitiva a la voluntad real. - La hermosura de la mujer - dijo el rey - fue siempre uno de los mejores medios de vencer el corazón del hombre, veremos si podernos vencer el del príncipe que más convenga a nuestros pla– nes. La sesión de aquel día terminó entre aplausos y brindis. Definitivamente el reino de Portugal iba a imponer su voluntad a los más poderosos reinos de Europa. Se celebró el acontecimiento con gran– des fiestas y toda la corte se sintió feliz con la real determinación. Mientras el rey y los cortesanos se entretenían en músicas y torneos, en lances de honor, bailes y aventuras amorosas, la princesa Juana se dedicaba a una vida de austeridad y recogimiento que no pasaba desapercibida entre los más adictos al rey. Era demasiado rezadora y buena la princesa para fundamentar sobre ella los sueñ.os de matrimonio que tenía el rey. Algunas veces por no desobedecer a su padre Juana tornaba parte en algunas diver– siones, pero todos veían que la princesa no había nacido para aquella vida de diversión. 141

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