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Los dos esposos se miraron en uno al otro lle– nos de terror. - No os asustéis. Seréis felices cerca de mí y, en cuanto a vuestra hija, he pensado hacerla mi esposa. En la ciudad de Roma resonaron los clarines anunciando la boda del emperador. Algún tiempo después, volvieron a resonar anun– ciando el nacimiento de su hijo Constantino. Elena era cristiana y trató de inculcar en el co– razón de su hijo el respeto a su religión. - Mira, hijo mío - le dijo un día -, los cris– tianos son honrados a carta cabal y debes rodearte de ellos si quieres que el poder en tus manos no sea un elemento de perdición. Para el cristiano to– dos los hombres son hermanos no habiendo distin– ción de esclavos y de libres. El joven príncipe escuchaba con singular cu– riosidad las palabras de su madre y, hasta le dio a entender que, cuando él subiese al trono, haría lo posible por favorecer a los seguidores de la re– ligión de Cristo. La muerte de Constando Cloro dio el cetro a su hijo Constantino que, como buen hijo, quiso tener entre sus principales consejeros a su misma madre. 11
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