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·k * * La guerra entre hijo y ;padre fue un hecho. Cien– tos de señores, descontentos del rey se unieron in– condicionalmente al príncipe. Por los campos, las aldeas y las ciudades resonó el clarín de guerra. Los dos ejércitos se encontraron frente a frente. Mientras hijo y padre luchaban por sus respecti– vos .derechos Isabel rezaba y se mortificaba. Un día se la ocurrió una idea feliz. Mandó enjaezar un caballo blanco, conocido de su esposo y de su hi– jo, y montada sobre él se dirigió sin perder tiempo al campo de batalla. Cuando el fuego era más gran– de la heroica reina se presentó en medio de ambos campos de batalla. El rey la reconoció inmediata– mente y lo mismo sucedió al príncipe. Mandaron cesar el fuego y ambos se abrazaron y perdonaron. Isabel había conseguido dar fin a la guerra. No pasaron muchos meses y el rey volvió a los antiguos devaneos. El vicio estaba muy arraigado y era poco menos que imposible desarraigado. Nue– vas quejas del hijo, nuevos sacrificios de Isabel. La salud del rey comenzó a resentirse. Padecía de insomnios y su carácter era excitable y de mal hu– mor. Una noche la reina ]e oyó decir en sueños: «Mis soldados le cogerán desprevenido, le encerra– rán en la más oscura torre de mi castillo y pagará de una vez sus rebeldías». Estas palabras se refe- . rían a su hijo mayor. Isabel trató de evitar otra nueva guerra. Avisó a su hijo los planes de su pa- 133

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