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guía amando a su marido y esperaba cambiarle en su vida de diversión. Jamás le dijo directamente nada ni le reprochó, es más, cuando por las noches llegaba tarde siempre la encontraba esperándole, leyendo algún libro devoto o rezando. Los años fueron transcurriendo. El palacio se iba llenando de hijos bastardos e Isabel a todos los recogía con caridad y para todos hacía el oficio de madre. Un día el mayor de los hijos, avergonzado de la vida desordenada de su padre, se encaró con su ma– dre y la dijo : - Madre es un escándalo y una infamia que mi padre el rey haga públicamente la vida que vos sa– béis. ¿ Por qué no le corregís? - Hijo mío - contestó Isabel -. Si yo supiera que con mi reprensión se enmendaría, a buen seguro que ya lo hubiera hecho, pero me temo poner con ello las cosas peor. Pidamos a Dios que se compa– dezca de él y que le dé la gracia necesaria para de– jar esa vida que nos avergüenza a todos. - Esa manera de obrar - dijo entonces el prín– cipe -, no me parece ni acertada, ni noble..Si no quiere por las buenas habrá que decírselo por las malas. Lo que no podemos permitir es que toda la Corte y todo el pueblo hable indignado del rey. - Te ruego que tengas paciencia, hijo mío. - La paciencia se ha terminado - dijo el prín- cipe -. Tengo detrás de mí quienes me ayudarán a borrar esta ignominia. 132

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