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tesanos de igual manera, mientras para unos la reina era una santa, para otros era una derrocha– dora de los bienes del reino. El rey manchaba con su vida disoluta la corte y su esposa la santificaba con el ejercicio de todas las virtudes. Oía misa to– dos los días, rezaba el Oficio Divino, el Oficio Par– vo de la Santísirna Virgen y muchos días el Oficio de Difuntos y el tiempo que la quedaba lo emplea– ba en hacer obras de caridad. Era una santa ma.:: nera de olvidar las amarguras que la ocasionaba 1a vida disoluta del rey al cual disculpaba y per– donaba. Cierto día se acercó uno de los cortesanos y dijo a Isabel: - Majestad, es una vergüenza para la Corte y un baldón para vos la vida disoluta del rey. Isabel no se atrevió a levantar los ojos del sue– lo. Hubiera mandado salir de su presencia al cor– tesano que así hablaba del rey, pero prefirió sufrir en silencio aquellas palabras que la mortificaban y entristecían. El cortesano siguió hablando e Isa– bel oyendo con humilde resignación. Fue la me– jor manera de que el cortesano terminase su acu– sación y la dejase en paz. Pero aquello era uno de tántos avisos. Los bi– lletes aparecían frecuentemente sobre la mesa de al reina o tal vez en algunos de los muebles de su alcoba como olvidados. Todo al fin para decirla una vez más lo que ella conocía mejor que nadie. Pero Isabel a pesar de estos avisos y cartas se- 131

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