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rra, fa otra, más sencilla, concertando matrimonios con los herederos de otros Estados. El primer ca– so es aborrecible pues es menester sacrificar mu~ chas vidas, el segundo... _: He dicho, padre mío, que si es necesario que yo obedezca lo haré aunque repugne a mi primera manera de ser, y a mis mejores promesas ... *** En la corte aragonesa se distinguía Isabel por su ternura y su piedad extraordinarias. Bastaba ir a la. capilla de palacio para encontrarla casi siem– pre de rodillas sumida en fervorosa oración. Los que la veían pensaban inmediatamente en la her– mana de su abuela doña Violante, la sufrida santa Isabel de Hungría. Mientras la joven princesa rezaba y aprendía a leer y bordar, corno las demás infantas de la Cor– te, su padre don Pedro III mandaba cartas a todas las cortes de Europa a fin de sacar el mayor pro– vecho al matrimonio de su hija. Gran guerrero y mejor político trató de sacar de aquella circuns– tancia el mejor partido. Muchos fueron los príncipes que contestaron afirmativamente, pero sólo el joven rey de Portu– gal, don Dionís, podía llenar la ambición de don Pedro III. Sin perder tiempo se mandaron emisarios a la corte de Portugal y el frívolo y joven monarca no 129 9. Sangre azul

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