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*** Cuando Mafalda se enteró de la muerte de su esposo no pudo menos de llorarle, pero al mismo tiempo dio gracias a Dios que de una manera tan inesperada la había librado para siempre del terri– ble torcedor que llevaba en su conciencia. Desde aquel día la vida de Mafalda fue más del cielo que de la tierra. Sus penitencias eran increi– bles y pronto.aquella naturaleza delicada sintió las consecuencias de tanto sacrificio. En todo el reino de Portugal se conocía la vida de santidad que lle– vaba la princesa. Entre las religiosas era considera– da como un portento de mortificación y de auste– ridad. Era el día 1 de mayo de 1256. En el jardín del convento de Arouca empezaban a brotar las azuce– nas y mientras tanto en una humilde celda exhala– ba su último suspiro la princesa Mafalda, que fue virgen, esposa, y reina de Castilla. 126
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