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Alvaro, don Fernando y don Gonzalo de Lara, rosos validos y señores de cuantiosas fortunas, se· mofaban del rey porque era niño y de su hermana doña Berenguela, porque era mujer, y por todos los medios trataban de malquistados con los se– ñores de la corte y con el pueblo. En uno de los salones de palacio están reunidos los tres conspiradores. Hablan en voz baja y en sus ojos desorbitados y en sus labios temblorosos se echan de ver sus criminales pensamientos. Don Al– varo, más ambicioso y astuto es el que rompe el silencio para decir : - Triste si no es para el reino de Castilla estar gobernado por una mujer. ,- Y lo que es mayor aún - repuso don Gonza– lo -, tener por rey a un niño de once años. - ¿ Qué haremos con ellos? - preguntó don Fernando. - i Qué hemos de hacer! - repuso don Alvaro dando un fuerte golpe sobre el terciopelo del sHlón donde estaba arrellenado perezosamente. Enfrentar– los inmediatamente con el pueblo. Todos sabemos que los tributos con que están gravados son enor– mes, bastará sólo con una sencilla promesa de que estos se aliviarán apenas desaparezca el rey y su hermana doña Berenguela, y el pueblo se levantará contra ellos. El pueblo, no entiende más leyes que las del estómago. 120
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