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cuanto a mí, queridas hermanas, con su muer– te ha terminado todo lo de aquí abajo. Mis rique– zas se las daré íntegras a los pobres, y yo me ence– rraré para siempre en este monasterio hasta que el Señor quiera llamarme para unirme con mi es– poso. Todo lo demás, alhajas, vestidos y demás co– sas que haya en mi palacio, lo destino para embelle– cer la iglesia de este monasterio. Todas las monjas lloraban inconsolables al oir las palabras de la duquesa y la entereza de su carác– ter. - Señora 1- dijo entonces la abadesa-, yo en nombre de toda la Comunidad os recibo en nuestra compañía y nos sentimos muy honradas con vues– tra presencia. Desde hoy vos seréis nuestra mejor hermana y nuestra mejor protectora. ·A los pocos días Eduvigis vestía el hábito del Cister y pasaba a formar parte de aquella numero– sa Comunidad que ella había fundado con tanto desprendimiento y generosidad. *** - Madre, la duquesa es una santa. Así dijo cierto día a la abadesa una de las reli– giosas más jóvenes del monasterio. - Sí, hija mía, lo es. Su vida es modelo de ora– ción y de mortificación. -'- Y de humildad, madre. Y o la he visto ir be– sando el lugar por donde han pasado las otras re– ligiosas ... 117

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