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pasar la noche, le haré propietario de uno de mis mejores feudos. El que así hablaba era el gobernador romano Constando Cloro que se había perdido en aquel bosque con toda su gente. El montañés salió a uno de los senderos que llevaban a la choza para hacerse encontradizo con aquella gente que se acercaba precipitadamente a su humilde choza. A pocos pasos vio a un grupo de hombres, algunos de .ellos elegantemente vesti– dos, caballeros en briosos. corceles. El encuentro con el gobernador romano y el habitante de la cho– za del bosque fue de sorpresa. - ¿ Quién sois y dónde vivís? - preguntó el gobernador. - Soy un pobre guarda ele estos bosques, y vi– vo en una choza muy cerca ele aquí en compañía de mi mujer y de mi hija. -- Llevadme a vuestra choza, pues estoy des– fallecido de hambre y de sed. Siguieron caminando. Ante la puerta misma de la choza, en la que estaban esperando, llenas de miedo, las dos mujeres, el gobernador romano se apeó de su caballo. - Esta es mi choza - dijo entonces el guarda -, y éstas mi mujer y mi hija. ¿Qué queréis ele no- sotros, señor? - De momento - dijo el gobernador -, algo de comer y de beber pues me encuentro extenuado. - Elena, cogió un cuerno de buey primorosa- 9
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