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visitar a los obreros, entre los que estaban aque– llos que redimían su pena por el trabajo. Todos la conocían por su caridad y su bondad. Cuando iba procuraba enterarse de los más necesitados para ayudarlos económicamente a ellos y a sus familias. La regeneración espiritual que ella había soñado comenzaba a notarse. Hombres que nunca habían acudido a la iglesia, acudían a misa todos los do– .mingos con singular compostura. Eduvigis se sen– tía feliz y así se lo comunicó a su esposo. - ¿No has visto lo de prisa que van las· obras del monasterio? Creo que Dios nos ha de bende.cir por esta obra, Si algún día pudiese, mi mejor deseo sería retirarme a él y pasar dentro de sus muros los últimos días de mi vida. - Tienes mi permiso para ello - la dijo su es– poso -. Mientras yo viva puedes pasar grandes temporadas, y si acaso yo muriese antes que tú... - No lo quiera Dios - interrumpió Eduvigis -, que amaba a su esposo con toda su alma. - Precisamente esta primavera tengo que salir con motivo de una acción de guerra. Me consuela que, mientras yo esté luchando tú estés rezando por mí. * * * El año 1238 el gran monasterio estaba habitado por cerca de mil religiosas entre las que vivía, co– mo una de tantas ,la duquesa Eduvigis. En la comu– nidad era modelo de todas las virtudes y de las más 115

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