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mayor parte a cargo de esos criminales arrepentidos de quienes te hablo. - Tu idea - dijo el duque-, no puede ser ni más original, ni más cristiana. Te doy mi. palabra de que el monasterio que me pides se comenzará a construir inmediatamente. * * * A la puerta del palacio ducal esperaba la abi– garrada muchedumbre. Cojos, mancos, leprosos, mujeres pobres con sus niños, formaban una grite– ría ensordecedora, mientras Eduvigis termina los preparativos de sus obras de caridad. De pronto se hace un profundo silencio, y de todos los labios bro– ta la misma exclamación : - ¡ Ya sale la duquesa l ¡ La duquesa! Y así era la verdad. Eduvigis aparece sonriente, cubriendo con su mirada de caridad a todos aque– llos desheredados de la fortuna o torturados por la enfermedad. Detrás de Eduvigis estaban las sir– vientas, una sosteniendo en grandes bandejas can– tidades de dinero, otras llevando en cestos abun– dancia de comida y de ropa. - En el nombre del Padre y del Hijo y del Es- píritu Santo... · - Amén -- contestó a coro la inmensa multitud. - Vamos a rezar un Padrenuestro por las obli- gaciones del duque y por la prosperidad de nues– tra nación. En el silencio impresionante de aquella mañana 113 8. -- Sangre azul
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