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- La justicia humana - repuso Eduvigis -, no es infalible y puede equivocarse en sus juicios.:. - No lo niego, pero ordinariamente no suele suceder así. - En el caso que acabo de indicarte estoy se- gura que se ha equivocado... El duque, ante la entereza de su esposa, bajó la cabeza pensativo y después de unos momentos aña– dió resueltamente: - Dime quienes son los inocentes y yo los pon– dré inmediatamente en libertad. Eduvigis se sintió feliz, había logrado conven– cer a su esposo. Sacó del seno un pergamino, en el que estaban escritos los nombres de los inocen-• tes y se lo entregó sonriendo a su esposo. Mientras los ojos del duque recorrían ávidamen– te la escritura, Eduvigis preparaba una segunda petición. Las razones aducidas en el pergamino eran claras y convincentes. Aquellos hombres habían si– do víctimas de una injusticia. Devolvió el perga– mino a. su esposa y al mismo tiempo la dijo : - Está bien; veo que ~s razonable lo que pi– des y hoy mismo serán libertados esos hombres. - Gracias esposo mío. Tienes un corazón justo y caritativo. ¡También a veces los hombres sois inclinados a la misericordia y al perdón l Pero ya que tan generoso has estado conmigo esta vez, voy a pedirte una segunda gracia. Es más fácil de con– ceder que la primera y espero que no me la ne– garás. 111
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