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invisibles y un suave perfume llenó la humilde choza. En medio del delirio de la enfermedad se la oyó decir al demonio : - Huye, huye, malvado, que no quiero nada 1 contigo... Después sonriendo, exclamó : - Ya se fue, hablemos ahora de Dios. Y hablando de Dios estaba cuando, recogiéndo– se más aún en sí misma, prosiguió : - ¡ Oh María, ayúdame!... Dios llama a sus amigos a las bodas... El Esposo viene preguntan– do por la esposa... Silencio... Silencio... Nunca hubo un silencio como aquel. Fue el mo– mento en el que el alma de la duquesa de Turingia voló al cielo. 107

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