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* * * La guerra de Tierra Santa terminó. Algunos de los caballeros que habían ido con el duque, regre– saron a sus casas y enterados del infame atropello de que habían sido víctimas Isabel y sus hijos, pro– metieron vengarse. Cuando todo estuvo preparado hicieron subir a Isabel y a sus hijos en sendos ca– ballos y los condujeron al castillo de Watburg. La duquesa Sofía y sus infames colaboradores huye– ron rápidamente. En las almenas del castillo reso– naron los gritos de ¡ Viva la duquesa Isabel! - No gritéis tanto, fue la advertencia de la afli– gida duquesa. He sufrido mucho en el destierro y si bien es verdad que Dios me ha dado fuerzas pa– ra sobrellevarlo, no seré yo la que vuelva a ceñir la diadema de duquesa. El sucesor de mi esposo será mi hijo. En cuanto a mí todo lo de este mundo ha terminado. En la ciudad de Marburg mandó construir Isa– bel un gran hospital para seguir entregada al cui– dado de los enfermos. Junto al hospital una humil– de choza, donde ella se entregaba a sus oraciones y penitencias. Ninguna de sus antiguas riquezas quiso tener consigo; sólo un viejo manto, recibido de manos del pobre Francisco de Asís, fue su te– soro. Cuando apenas tenía veinticuatro años, el Se– ñor la llamó a Sí. Vestida con el hábito de tercia– ria franciscana, esperó alegre la hora de partir. Se oyeron músicas dulcísimas, cantar de pájaros 106

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