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- Ahora creo de verdad que has perdido la ra– zón..• ¿Acostar en mi lecho a un hombre leproso?... Por los corredores de palacio se oyeron pisadas y murmullos. La princesa Sofía iba junto a su hijo hablándole en voz baja de las locuras de Isabel... El duque se adelantó. Corrió bruscamente la cortina de seda que cerraba su alcoba, y en el lecho no vio al repugnante leproso que Isabel había recogido, sino la imagen de Cristo crucificado. Ambos espo– sos cayeron de rodillas y se abrazaron llorando. * * * Pasaron algunos años. El día 24 de junio, festi– vidad del nacimiento de San Juan Bautista, volvió la tristeza al castillo de Watburg. El duque de Tu– ringia iba a formar parte de las tropas que se diri– gían a Jerusalén para una nueva Cruzada. La no– ticia no sorprendió a Isabel, la sabía hacía tiempo. Cierto día, en un momento de confianza, se atrevió á registrar el bolso de cuero que siempre llevaba su esposo pendiente del cinturón. En él encontró una pequeña cruz, la cruz de los Cruzados. El du– que había hecho voto de ir a Jerusalén cuando fuese llamado. - ¿Por qué me has ocultado tu promesa? - le preguntó Isabel. - No quise hacerte sufrir antes de tiempo - contestó Luis con ternura. En el puerto de Otranto se embarcaron las tro- 103

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