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cuencia de su malvada pasión, habló así a su hijo : - Has llegado a tiempo, hijo mío. La duquesa está loca y sin remedio. Un repugnante leproso está durmiendo desde hace días en tu misma cama. El duque hizo una señal de desagrado y repug– nancia, y, sin avisar a Isabel se dirigió inmediata– mente a la alcoba. Isabel al verle con el rostro demudado sospe– chó algo desagradable. - ¿Cómo no me has avisado de tu llegada? - No he tenido tiempo para ello - contestó bruscamente el duque -. Estoy cansado del viaje y quiero acostarme inmediatamente. - ¿Acostarte? - preguntó Isabel pálida como la cera. - Sí. - Pero ... es que ahora no podrá ser... - ¿Por qué? - Porque tu cama está ocupada... Sofía no pudo disimular una risa de diabólica satisfacción. - ¿Pero qué dices? ¿Mi cama ocupada? - pre– guntó el duque. - No lo tomes a mal, esposo mío. Hace unos días vino un leproso pidiendo limosna. Su manera de hablar, su porte humilde y bondadoso me con– movió. Me pidió que no le abandonase, que le die– se cobijo por algunos días al menos. Yo, pensando que tú no volverías tan pronto, le alojé en tu mis– ma habitación. Perdona mi atrevimiento ... 102

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