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foproso corroído materialmente. Isabel le recibió, le lavó las llagas purulentas y le alojó en el casti– Ho. Para poderle prodigar más facilmente sus cui– dados le acomodó en la habitación de su esposo, fuera a la sazón. En el castillo corrió la noticia. Sofía fue la pri– mera en condenar tan repugnante capricho. Ni cor– ta ni perezosa reunió a los cortesanos enemigos de Isabel y les dijo llena de ira: - Ahora sí que no me negaréis, señores, que la duquesa Isabel ha perdido el juicio. No sólo está arruinando la economía del país, sino atentando contra la vida de mi hijo y nuestro señor el duque. Creo que debemos impedir por todos los medios estas manifestaciones de locura. Mientras en el castillo de Watburg se seguía buscando la manera de deshacerse para siempre de la duquesa, el enfermo iba poco a poco mejo– rando de su horrible enfermedad, gracias á los cui– dados maternales de Isabel. Sofía, ciega de ira, mandó un criado a su hijo para darle cuenta del caso. Al principio el duque no dio oídos a semejante noticia, pero, ante la in– sistencia de su madre, terminó por dudar de su es– posa. Se puso rápidamente en camino y se decidió a comprobar por sí mismo la verdad o la falsedad del hecho. Sofía, pendiente del r ,Dw;>'' d'l nas se enteró de la l encuentro y, ponien corrió a su oda la elo- 101

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