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petir en su interior estas palabras : « El desnudo Y yo vestida de seda ; El coronado de espinas y yo con corona de oro en la cabeza ; El colgado de una Cruz y yo recostada en un reclinatorio de púrpura !... Llegaron al castillo. Sofía no pudo contener por más tiempo su ira. - Princesa - dijo a Isabel -, no os habéis podido portar más ridículamente. - No me riñáis así. Y o no tuve valor para se– guir mostrando tanto lujo al ver a mi Señor desnu– do y muerto en la Cruz. - Esos son escrúpulos ridículos - contestó Sofía -. Todas las princesas lo han hecho así, y no creo que tú seas mejor que ellas. - Dios me libre de juzgar a nadie, pero la ima– gen del Santo Crucificado pareció reprenderme dul– cemente de mi vana ostentación. - Decid, más bien, que os gusta llamar la aten- ción con vuestras rarezas. En aquel momento llegó el Landgrave. - ¿ Qué es lo que os sucede, Isabel? 1-- Estoy haciéndola algunas advertencias - in– tervino Sofía -, pues creo, hijo mío, que más que para ser duquesa de Turingia ha nacido para ser monja. En el castillo de Watburg reinó la dicha duran– te algún tiempo. ,Luis amaba con toda alma a su 99

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