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Así lo comprendió aquella aya de la princesa Luisa de Francia, hija de Luis XV. Había cometido su humilde sirvienta no sé qué inesactitud con su joven señora y ésta, herida en su orgullo de .mujer, reprendió áspera1nente a la sirvienta con estas palabras: - ¿No os habéis dado cuenta de que soy la hija de vuestro rey? - Sí, alteza - contestó la sirvienta con sere– nidad -. ¿Y vos no os habéis dado cuenta de que yo soy la hija de vuestro Dios? La orgullosa princesa aprendió la lección de su humilde criada y desde aquel día no volvió a de– jarse dominar más por la pasión del orgullo. Vidas de princesas y de reinas son las que con– tiene este libro. ¡Ojalá que la nobleza de su vir– tud te impresione mucho más que la nobleza de su sangre. í
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