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te de los gobiernos y el ansia de reforma cundía por todas partes. La unidad de Italia era sólo una disculpa para conseguir el verdadero fin de la desaparación de los Estados Pontificios. Mientras en las grandes ,ciudades de Roma, Génova y Turín, se gasta:ba el tiempo en pro– pagandas politic,as, en .casa de los Croese se es– peraba con ilusión la llegada de un nuevo ser. En las calles de Camporroso se oían de cuando en cuando algunos villancic-os, ecos de la pasa– da Navidad, cuando vino al mundo felizmente el hijo de bendición. Se le recibió como un au– téntico regalo del cielo, ya que venía a cicatri– zar la heriéLa abierta en aquel cristiano hogar por la muerte prematura de otros dos hijos, Ca– talina y Jahne. En la casa de los Oroese se vivía con la más envidia•ble sencillez. Eran labradores, más bien pobres que ricos, pero con un inmens,o rema– nente de honradez y bondad. Anselmo era de carácter serio, ,poco hablador, trabajador infa– tigable y amante de su hogar; Antonia, su espo– s,a, sencilla, delicada y tierna. Pero lo que hacía más encantador aquel hogar era la pr· ofun.da convicción .neligiosa de sus moradores. Al recién nacido se le puso -el nombre de Juan, ya que había vé:niido a este mundo en la fiesta del gran apóstol y evangelis<ta. Los primeros años del pequeño fueron como los de otros niños, sin embargo, no tardó en ex– perimentar las tristes consecuencias de la po– breza en que le tocó nacer. Una casa de labra– dores humildes forzosamente está sometida a 4
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