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caer. Ayunos prolongados, cilicios continuos, dis– ciplinas sangrientas, privaciones de todo género, habían llegado a destruir aquella naturaleza, en otro tiempo fuerte y privilegiada. Su andar por las calles de Génova más parecía el de un cadáver que ,el de un hombre. Con sus dolores otro hu– biera dejado de salir a la limosna, pero él sabía que aquel era su puesto y no lo aba,ndonaría mien_ tras los Superiores no dispusi.eran lo contrario·. Pero si los dolores físicos habían desgastado prematuramente su fuerte naturaleza, no menos influencia habían tenido en ello los dolores mo– rales causad_os por las circunstancias políticas. Italia era, por aquel entonces, un avispero de pasiones y de intrigas. Las logias masónicas pre– paraban sus planes impíos contra la persona del Papa y sus E:stados Pontificios. El odio a los aus– triacos era universal. Millones de italianos esta– ban deseando sacudir el yugo opresor y las leyes procedentes de Viena eran acogidas con hostili– dad. Si la unidad hace la fuerza, no había otro camino más que la unidad de Italia para vencer al enemigo. Pero esta unión llevaba consigo la desapar:ción de los Estados Pontificios. "En el fondo de toda gran ,cuestión política-dijo el gran Donoso Cor– tés--ihay siempre una cuestión religiosa." Es ver– dad que las logias ocultaron en un principio al pueblo esto, pero un camino llevaba al otro. "Des_ truyamos al Pontificado-gritaban en sus reunio– nes secretas-y el mundo quedará descristiani– zado." 45

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